lunes, 25 de octubre de 2010

RASCACIELOS

Lo más conocido, evidente. El icono. The skyline: se ven mejor desde lejos. Los neoyokinos reconocerán a los foranos por el torcimiento de cuello de andar todo el rato subiendo la mirada, haciendo fotos que nunca salen del todo bien.  Impresionan mucho, probablemente los vistos hasta entonces serán pálido remedo de éstos, que apabullan por su altura, densifican el horizonte.




Son hermosos, con su orgulloso anhelo de llegar a lo más alto. En este impulso se reconoce la juventud de esta civilización, optimista y emprendedora. Fueron posible gracias a las nuevas técnicas de ingeniería arquitectónica que nacidas en Europa, triunfaron en los Estados Unidos, cada vez más liberados de las que entonces se consideraban viejas y caducas tradiciones. Poco a poco fueron cayendo "records", cada edificio rivalizaba con el anterior en su impulso ascensional. Son las modernas torres de catedrales laicas, que dan su identidad a la fisonomía de esta ciudad.

Su piel de acero y cristal tiene la tersura y brillantez de un animal salvaje. El cielo se refleja en sus planos afilados y todo él se vuelve atmósfera, casi ingrávido.







Los primeros días me agobiaban bastante. Me recordaban mis pesadillas con el Pilar, multiplicada la angustia que siento de que se me venga encima el edificio: son muchísimo más altos y están más cerca - al menos eso parece - uno de otro.


Quizás por eso los soporto mejor desde la distancia. Quizás por eso - entre otras cosas - me gustó tanto Greenwich Village.


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