viernes, 17 de septiembre de 2010

LAS VIEJAS DE CARAVAGGIO

No, no me he olvidado de Michelangelo Merisi. Imposible. Ahora que tengo un ratico quiero hablar de algo que me impresionó mucho cuando vi su cuadros: las viejas que saca en ellos. Como corresponde a su pintura, tan auténtica, son viejas de verdad. Sin apaños, sin idealización (¡por supuesto¡) sin belleza, ya olvidada si es que la tuvieron alguna vez. No guardan de la juventud ni frescura, ni  inocencia, ni de la madurez la dignidad o la plenitud de gobernar la propia vida. En sus rostros podemos ver, con terrible certeza, la ferocidad de una vida muy gastada. Toda alegría, amabilidad o contento quedaron barridos hace ya tanto tiempo que ni siquiera queda en su gesto la amargura de la pérdida.

Estas viejas se han reinventado a sí mismas. Sin concesiones, sin cuentos ni zarandajas. Ya miraron frente a frente a la vida, y ésta les derrotó, como a todos. Pero luego parecen haberse replanteado su existencia. Han pensado ¿Y qué? ¡Adelante con los faroles¡ 

Así las encontramos al lado de otras jóvenes a las que sirven - necesidades de la estética -de contrapunto. Sus arrugas son tan numerosas que parecen una hipérbole algo humorística. Para que digamos: ¡fíjate que vieja revieja¡

Pero es necesario ir un poco más allá. No quedarnos con este papel secundario, de acompañamiento-antítesis. Si te paras y las miras, ellas te cuentan su propia historia. Aunque puede parecer que el pintor las ha obligado a participar tangencialmente en el asunto del cuadro, aportan su propia andadura vital y terminan por equipararse a las protagonistas.

En el cuadro de la Virgen de Loreto, la anciana que se postra ante la Virgen tiene un marcado carácter costumbrista, que en su tiempo resultó escandaloso por "indecoroso". Según las normas del Concilio de Trento, ciertos asuntos religiosos debían ser tratado con "decencia", es decir, no se podían poner figuras inconvenientes o que resultaran inadecuadas para la dignidad del tema. Este cuadro fue rechazado por los encargantes, entre otras cosas, porque los pies del fiel quedaban a la altura de la vista del espectador (esto puedo comprobarlo in situ). Más aún: el campesino se olvidó de lavarse los pies y hacerse la pedicura antes de ponerse a rezar a la Virgen ¡Qué vergüenza¡  Conclusión: ¿sólo las clases ociosas pueden comunicarse con la Virgen? ¿Le han preguntado a la Virgen si le molesta que sus devotos no vayan bien vestidos y calzados?. Está claro que Caravaggio pensaba que no. La madonna se vuelve con atenta solicitud a lo que le dicen estos fieles.



La anciana está desdentada, y como el hombre viste muy pobremente. Éste lleva camisa, calzón corto y un jubón y una capilla por todo abrigo. Llevan ambos un palo o bastón seguramente de peregrinos. Han debido caminar mucho, en el gesto del hombre se advierte el cansancio o la dificultad de la postura de arrodillarse ante la Virgen.

Por cierto ¿No parece más joven él que ella?  En vez de matrimonio ¿no serán madre e hijo?
¿No serán otra cosa?  ¡Ay, que ya estamos pensando mal¡ En fin, si venían a pedir perdón por estos pecados, quizás sí que debieran haberse lavado y adecentado un poco ¿o no?




En el cuadro de la Virgen, Santa Ana y el niño -un cuadro raro-raro-raro¡¡- volvemos a encontrar los mismos rasgos distintivos del autor: una iconografía extrañísima, jamás representada y que no tiene que yo sepa, base alguna en los Evangelios y el consecuente rechazo de la jerarquía eclesiástica. Estas figuras totalmente atípicas creo que no tienen ni antecedentes ni seguidores. María -con un escote talmente indecoroso, según Trento y según cualquier revista del corazón que la fotografiara - enseña a un niño Jesús desnudo (¿por qué está desnudo?) a pisar la cabeza del áspid.¿No era ella la que tenía que hacerlo? Jesús pone gesto de ¡qué asco, mamá¡ Santa Ana asiste a la escena como quien no quiere la cosa, las tres figuras sobre un fondo neutro que no da referencias espaciales ni temporales.



La Santa Ana, venerable y culta que enseñaba a leer a la Virgen niña, se ha transmutado en una vieja que se las sabe todas. Sabe que los libros valen poco frente a ciertos reptiles (cada cual ponga aquí quien más le afecte) si no es tirándoselos de canto. Está poniendo cara de "dale, dale, pisa con fuerza"



Aquí dejo esta otra imagen de Santa Ana, del muy relamido Murillo (con quien me reconcilié gracias a sus cuadros del Hospital de la Caridad), para que se vea la diferencia. En el de Murillo, además de la pincelada esponjosa, la luz dorada y los angelicos bajando para ponerle el "cumlaude" a una María salida de un concurso de bellezas infantiles, Santa Ana aparece como una muy digna señora incapaz de hacer todo lo que sí que podría la de Caravaggio. Esta Santa Ana no viaja en el Imserso porque le sobra categoría. La de Caravaggio, porque no cobra jubilación. Los mundos que nos presentan está tan lejanos como una película de Doris Day respecto de otra de John Sayles.


Pero sin duda la imagen que más me gusta es la de la vieja criada que acompaña a Judith cuando le está cortando el gaznate a Holofernes. Esta figura suele aparecer en todos los cuadros de esta temática, si uno se pregunta por qué es posible que alguien argumente: para cargar con la cabeza el decapitado. Ahora bien: una joven que ha podido (no moralmente, sino físicamente) degollar a un varón ¿necesita que alguien le lleve un bulto? Otra posible explicación sería que Judith se había presentado en el campamento del general enemigo formalmente acompañada de una criada, pues está muy mal que una joven decente se pasee sola por campamentos enemigos. Claro que esto sería para salvar apariencias pues todos sabían que Judith venía (eso creían) a pasar la noche con Holofernes.

Detalle de Judith y Holofernes
Yo tengo otra teoría: Judith necesitaba que alguien le explicara cómo se degüella a una persona. Yo creo que Caravaggio pensaba lo mismo, pues en el cuadro se ve a la joven heroína con el mismo gesto de repulsa y decisión que el Jesús de la serpiente. Ponen cara de: esto es muy desagradable, pero debo hacerlo. La criada, que ya adelanta el saco donde meterán la cabeza, acerca su rostro al de Judith como si hubiera estado dándole instrucciones: "ahora le coges del cabello, y con su espada le cortas el pescuezo". Judith se retrae de su propia acción, al ver el chorro de sangre (no quiere mancharse su blanquísima camisa, no vayan a darle el alto al salir). La criada adelanta el trapo. A mí me parece que no es la primera vez que se ve en una de éstas. Está tan tranquila, pasito a pasito nos lo cargamos y a otra cosa.



Se parece a la Herodías de este otro lienzo. Aquí la auténtica promotora de la decapitación está como ausente, como si o fuera con ella, aunque si nos fijamos bien su mirada es de las de "¡Ahí te quería yo ver¡". Lo mismo hace Salomé, que desvía la mirada mientras el verdugo le coloca la cabeza del Bautista en la bandeja, tal y como ella solicitó. ¡Vaya con las féminas¡



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