martes, 7 de septiembre de 2010

LA RENELLA EN EL TRASTEVERE


San Pietro in Montorio

El barrio del Trastevere permite al visitante comprender cómo era la Roma medieval, anterior a las reformas urbanísticas de los Papas. Un espacio populoso, vivaz, bullicioso. Por fin consigo ver -después de una subida trabajosa que me recuerda lo de las siete colinas -San Pietro in Montorio. Tengo la "suerte" de haberme perdido bastante y de que justo en ese momento abran el espacio del claustro (sencillísimo) donde se encaja el templete de Bramante, construido a expensas de los Reyes Católicos.

Dentro de la iglesia, decorada según se dice con el primer oro que llegó de América, el ya habitual diseño para una capilla por el maestro Bernini.

De nuevo abajo, compruebo que el ambiente de esta Roma nada tiene que ver con el que he vivido otros días. En las iglesias se nota un trajín de público ausente en otras más céntricas. Aparte de los turistas gente que podríamos denominar desamparada se acerca a charlar con quienes atienden la iglesia, que los saludan como a viejos conocidos. En algunas de estas parroquias, dan a diario comida gratis a quien lo necesite. Estos edificios parecen más vivos, más imbricados en el barrio que los acoge.

Pasear por estas calles tiene un encanto especial. La mañana no es todavía calurosa y los camareros están poniendo las mesas de las terrazas. Las calles están tan sucias como viene siendo habitual: así una se siente como en casa. 

La arquitectura te da un respiro y el ya habitual barroco se ausenta para dejar paso a un paleocristiano más plano y espacioso, sencillo aunque también monumental. Según veo, las primitivas basílicas saquearon a base de bien los templos paganos para hacerse con sus columnas y sillares. Su altura impresiona teniendo en cuenta que son los primeros templos de una religión hasta entonces perseguida. Claro que no era cuestión de rebajar tan hermosas columnas y quizás necesitaran edificios que impactaran de alguna manera a los romanos aún no bautizados. 
Sta Maria in Trastevere
Santa Cecilia
Santa Cecilia se esconde como un joya entre las calles. Es una de estas iglesias "matrioska", bajo la actual iglesia medieval (es difícil recordar que es medieval, y no paleocristiana), persiste la primitiva capilla donde se enterró a la Santa (magnífica escultura de Carlo Maderno) y debajo una insula o bloque de pisos y la domus donde vivió Cecilia. 

Unnos frescos de Pietro Cavallini guardados en el contiguo monasterio me vuelven ya desde el principio una incondicional de este autor, musivario también de talla.




Frescos de Pietro Cavallini. Juicio final


El jardín de la iglesia es un paraje delicioso, sombra, hierba fresca (prohibido pisar¡¡) y por supuesto, una fuente. A la salida dirijo a otros turistas despistados hacia la basílica en varios idiomas, como si fuera una auténtica transtiberina

De regreso al barrio el calor ya aprieta y conviene pensar en alimentarse de algo que no sean mosaicos y estelas funerarias. De casualidad acierto a entrar en una panadería que huele a gloria. Las frecuentes visitas de los trabajadores de las obras contiguas (tan abundantes como en España, otro motivo hogareño) que acuden a llevarse sacos con barras de pan me confirman la excelencia del lugar. Me pido dos pizzette de calabacín y atún, que están simplemente deliciosas. 

Continuo pasar de turistas atraídos por el olorcillo y los clientes que pregonan el género a base de mordiscos en la calle. El forno se llama La Renella, como la calle contigua, y tienen de todo y buenísimo. Panes, pizzas y focaccia, todo es despachado con sencillez y amabilidad por una joven que chapurrea un inglés inevitable. En las paredes nada de decoración de "franquicia": un cartel que informa de que allí TODO ES NATURAL, HARINA DE TRIGO Y ACEITE VIRGEN DE OLIVA. Abundantes cartelitos de los parroquianos y vecinos del barrio anunciando todo tipo de cosas, ofreciendo o pidiendo trabajo. Un recuerdo al poeta Alfredo Casella, apodado Trilusso, con uno de sus poemas (en dialecto romano) colgado sobre la puerta.


Los hornos del Trastevere abastecían de pan a Roma entera. La harina se molía con las aguas que traía hasta el Janiculo el Aqua Traiana. Los bárbaros de Vitiges destruyeron en 537 los molinos. El general Belisario, para  dar de comer a los ciudadanos romanos construyó unos molinos flotantes (¡¡) sobre el Tiber. 
     

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