miércoles, 11 de agosto de 2010

LAGUNA NEGRA


La sirena ha estado de viaje, y entre esto y que su pluma de ganso (léase PC) renquea no ha podido continuar con sus intenciones comunicativas. Hoy sólo anotaré y recomendaré un lugar especial, mágico. No voy a descubrir nada que no conozca ya tanta gente, y que haya sido tan cantado por los poetas. Pero toda experiencia es personal y única, y quiero contarla. Hace unos dias, después de una calurosa jornada por tierras sorianas (de las que ya me ocuparé) recalé casi por casualidad en este lugar verdaderamente especial. Hubo suerte pues los muchos turistas (categoría a la que siempre olvido que también pertenezco) ya iban de retirada y tras una subida entre hayas y pinos llegué a la Laguna Negra. Era mi segunda vez pero puedo asegurar que fue entonces cuando realmente la vi. Fresca y oscura, algo misteriosa. Silenciosa (gran privilegio). Los carteles que nos informaban - muy bien por cierto - sobre la configuración geológica de la laguna o sus especies botánicas más destacadas parecían haberse quedado mudos, tras informar todo el día a las muchas gentes que sin duda habían visitado el lugar. Los buitres que moran en los roquedos estaban ya en sus nidos. Así que todos - personas, árboles y carteles - nos detuvimos a mirar despacio el reflejo cambiante de la última luz del atardecer sobre una lámina de agua verde oscuro.

Y en ese momento comenzó a sonar La Muerte de Sigfrido, de Wagner. Sus notas resonaban con fuerza entre las peñas, pero aunque estuvimos esperando un rato, como Perceval nada vimos, salvo el agua y el viento.




La Dama del Lago no apareció. Seguimos sin Excalibur, y sin Arturo....    

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