domingo, 28 de agosto de 2011

RUSIA, RUBLIOV, RELIGIÓN. REVIVO

Que no... que no se ha secado la sirena, que aún estoy aquí. Hoy por fin reinicio mi andadura sirenil, madre que no tengo cosas que contar. Tantas que seguramente se quedarán en el tintero porque debería haberlas anotado cuando aún estaban frescas las emociones. Pero bueno, siempre se puede hacer un ejercicio de nostalgia y convocar los recuerdos como si de un demonio travieso se tratara. Estos días son realmente de recuerdo pues estoy cerrando "carpetas": la de este año extraño e inusual. Revivo todo lo visto y vivido que ha sido mucho aunque como suelo, habría querido mucho más y se quedan colgando Algunos Asuntos de grave trascendencia Alimentaria (los conocidos me entienden, ya daré más pistas).




Y como lo más cercano es Rusia, ahí vamos.

Impresión general: paisaje entre ferozmente industrial y pastíchico-palaciego. Clima: fresco (aleluya, a la vuelta 45º) y oscuro, tristemente subsanado a base de pintar de colorines todo lo que no se mueve. Pedro I mandó pintar los palacios de perspectiva interminable de San Petersburgo, con coloritos aunque de tono pastel dieciochesco. Para alegrar el largo invierno. La guía nos informa de que el número de días de sol en la ciudad no supera los 30 al año. Las iglesias quedan con este sistema transformadas en postales dignas de un cuento ruso. La guía también nos cuenta lo sentimentales que son los rusos. Yo me lo creo porque los he leído. Que si fuera por la simpatía que hemos recibido como turistas, nadie lo sospecharía.

Se intuye que he estado en un viaje organizado ¿no? Hablaré de otras cuestiones, no obstante.




Primero: los palacios. Arrasados por Napoleón, por los nazis o dejados a su decadencia por el padrecito Stalin, estaban en la más puritita ruina. Comprendo que allí no tengan el criterio riguroso de restauración de "Europa" (así nos llaman: ellos ¿no lo son, o un poco sólo?) porque la verdad que para salvar medio ladrillo y ponerle un cristal de metracrilato, quizá era mejor lo que han hecho: reconstruirlo todo ex nihilo.




Restaurados incluso con los mismos materiales con que se hicieron no deja de ser un alarde técnico y evidencia del deseo de renovarse como pueblo y como país, salvando (quizás no por cuestiones puramente turísticas) todo lo que formó parte de su historia. Este apecto me ha sorprendido agradablemente. No han cambiado el nombre de sus calles, no han destruido símbolos antiguos.




El problema es que así los edificios quedan, a mi parecer, ostentosamente recargados, rayando en el exceso, la ofensa o la horterada. Los colores que tan pintorescos quedan en las bulbosas iglesias se salvan en los palacios de Tsarskoie Selo a base de grandes panorámicas. Pero de cerca una se pregunta: ¿estarían así de chillones en su origen? ¿y otros palacios hoy suavizados y vetustos? Corre como el agua el pan de oro, ni siquiera atemperado con la pátina del tiempo. Las láminas son delgadísimas, nos dicen las guías, como adelantándose a la crítica de un turismo que paga con sus impuestos tal tipo de restauraciones.

En el caso de las iglesias el caso es aún más impresionante. La iglesia de la Sangre Derramada, en San Petersburgo, se edificó sobre el lugar en que cayó asesinado el zar Alejandro II (no entro a valorar si merecía tan violento fin). Se trata de un edificio que parece haber sido concebido para ser fotografiado. Se ve desde múltiples lugares (uno de ellos la celebérrima Perspectiva Nievski) y desde todos llama la atención por la gracia imaginativa de sus cúpulas, oníricas y algo infantiles. En el interior se ensaya una recuperación de la técnica del mosaico, abadonada - nos dice Olga, guía moscovita - desde la Edad Media. Siendo así ya la veo con mejores ojos. Las pinturas también rememoran lo mejor del arte medieval ruso. Impresiona la belleza de sus murales, aunque yo los mire con suspicacia de historiadora medieval.






 

En Moscú la iglesia del Cristo Salvador, derruida en época de Stalin (con evidentes intenciones político-propagandísticas) para construir un edificio del régimen, ha sido reconstruida a base de suscripción popular. Es una verdadera maravilla en la que se puede valorar cómo serían este tipo de edificios recién construidos. Lástima que tuviéramos sólo 15 minutos para verla y no se puedan hacer fotos (perdón, no me iba a quejar).




 Hay muchísima gente, rezando y poniendo velas con evidente devoción. Pienso que lo que se intente arradicar con bombas termina por convertirse en un símbolo de resistencia. Pero al mismo tiempo me sorprende que décadas de estado y sociedad laica hayan dado como resultado este rebrote de religiosidad al antiguo estilo.






Lo mismo se puede advertir en Sergiev Posad, un monasterio fundado por San Sergio y que es el centro religioso y de pregrinación más importante de Rusia. Me quedé impresionada no sólo por la maravillosas arquitecturas de su iglesias, sino sobre todo, por el ambiente que se respiraba en el interior.






Entré por ver las pinturas de Andrei Rubliov pero lo cierto es que era imposible ver nada. Los numerosos devotos abarrotaban el exiguo espacio, se santiguaban repetidas veces, se inclinaban, ponían velas, rezaban. Monjes y otros fieles cantaban con voces potentes y emotivas. Estaba prohibido hacer fotos, por supuesto. Pero habría sido una falta de respeto colosal comportarnos como turistas. Lo más, éramos marcianos inspeccionando un planeta del que hasta ahora apenas teníamos idea. Allí descubrí por fin, cómo se ven los iconos a la luz de las velas. No sólo eso, averigüé que las iglesias ortodoxas huelen a cera y miel, a mueble de madera bien cuidado.
Las pinturas el iconostasio se adivinan, pero no se distinguen. ¿Para qué se pone pues tanto cuidado en su ejecución?





En la Galería Tretyakov, visitada por la mañana, nos habían explicado la exigencia de la iglesia ortodoxa de que los iconos vuelvan a sus templos de origen. En concreto, la famosísima Trinidad de Andrei Rubliov. Esta pintura, que representa la Trinidad en la persona de los tres ángeles enviados a Abraham, fue un temprano descubrimento allá por el año 80 en la iglesia de Santa María in Cosmedín en Roma, donde tenían una lámina del icono. Me quedé fascinada desde entonces, y contaba a quien me escuchara que, si fuera escandalosamente rica, me dedicaría a coleccionar iconos de la escuela de Andrei Rubliov.

Una muestra de lo que les pasa a los ancianos que cobran poca jubilación.
 Y en consecuencia están poco jubilosos









En la misma Galería pude reafirmar mi predilección, aunque la visita fue mucho más breve de lo que hubiera deseado. Vistas al natural estas pinturas son aún más bellas que en cualquier reproducción. Tuve que comprar el único libro en español que había y otro en inglés sobre los iconos de la galería. no se podía pagar con VISA (¡¡¡¿?). Tuvimos 10 minutos para comprar e ir al baño.











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